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- Internacional:

10 de Agosto de 2022

No es suficiente construir diques



Los impactos del cambio climático producirán masivas distorsiones sociales. La política dominante no resolverá el problema, más bien lo agravará. Necesitamos urgentemente conceptos de adaptación desde la izquierda.

- Autores: Ulrich Brand, Barbara Fried, Hannah Schurian, Markus Wissen y Rhonda Koch

Imaginemos el verano ultra-caluroso del año 2050 en una gran urbe alemana: unas noches tropicales, en las que las temperaturas no bajan de los 20 grados, impiden durante semanas el sueño recuperador y afectan sobre todo, a personas mayores y vulnerables. En las zonas urbanas densamente pobladas y de insuficiente calidad energética, se almacena el calor - mientras que en los barrios residenciales, con sus zonas verdes y jardines, se registran hasta diez grados menos.

Esto es solamente una pincelada de las desigualdades en un mundo con las condiciones climáticas completamente alteradas - y no se trata del problema más acuciante. En muchas regiones del planeta, en ese momento del futuro, las condiciones serán insoportables, innumerables vidas estarán amenazadas o habrán sido destruidas por las crisis medioambientales.

Asimismo, en Alemania, los veranos de calor extremo tendrán enormes secuelas y cobrarán sus muertes. Que llegan irremisiblemente, se puede predecir con un alto grado de probabilidad. Y también que, de esto se infiere una urgente necesidad de actuar. A pesar de todo, actualmente continuamos desplazando la envergadura de los impactos climáticos en ciernes. En conclusión: estamos ›inadaptados‹ en el mal sentido de la palabra. Faltan las infraestructuras y los recursos necesarios para responder adecuadamente a olas de calor, períodos de sequía, lluvias torrenciales y crisis en el suministro de agua potable. El precio lo pagarán, sobre todo, los que menos tienen. Por ello, la adaptación climática es una cuestión social, tal vez la cuestión social crucial del futuro. Sin embargo, muchas veces también lo elude la izquierda. Y, según esta visión, sería mejor concentrar todos los esfuerzos en proteger el clima, en vez de conformarse ya con las consecuencias de su alteración.

No obstante, el posicionarse responsablemente frente a los impactos del cambio climático es un ›baño de realidad‹ (reality check) que nos hace más evidente la urgencia de medidas de protección climática. Solo cuando comprendemos las necesidades de actuación que implica la subida en dos grados de la temperatura media del planeta, nos damos cuenta de por qué habríamos de evitar, a cualquier precio, que aumente más aún. Afrontar lo que hemos desplazado psicológicamente y dibujar un cuadro veraz y realista de lo que se nos viene encima, podrá contrarrestar la resignación y motivar para que actuemos colectivamente.
Incluso en los países ricos del Norte Global, los desafíos son inmensos. Se hacen cada vez más frecuentes las lluvias torrenciales y los veranos de calor extremo, produciendo anualmente más casos mortales que los accidentes de tráfico (véase Senatsverwaltung für Stadtentwicklung und Umwelt Berlin, 2016: 16). En algunas regiones, ya no se pueden plantar las especies tradicionales de cultivo, y una gran cantidad de especies de animales está amenazada de extinción. Nuestras infraestructuras y hábitos de vida estaban enfocados para un siglo XX climáticamente estable. Entonces, hablar de adaptación no es solo una opción, sino que nos la impone la realidad. »El cambio está por venir, te guste o no«, dice Greta Thunberg; y de forma análoga se podría decir que la adaptación es un hecho, lo querramos o no.

A pesar de ello, en muchos lugares, la actual adaptación no es proactiva, sino reactiva; no es democrática, sino autoritaria; y no es pública ni universal, sino privatizada y tecnocrática. Demasiadas veces, esta no enfoca bien la enorme desigualdad social existente, la que se va agravando con los impactos del cambio climático. Una política de adaptación tendría que poner en el centro de atención a aquellas personas que más sufren sus consecuencias; y debería ser enfocada a garantizar unas buenas condiciones de vida para todas y todos. Para ello tendría que romper con los estrechos límites de lo que el realismo político (realpolitik) presenta como posible, movilizando los recursos que sean apropiados para la tarea. Si la adaptación climática no forma parte de una transformación social-ecológica profunda, será un fracaso para la mayor parte de los seres humanos, ahondando todavía más las segregaciones y brechas sociales existentes.

La adaptación reinante

Las actuales políticas de adaptación no se ajustan a tales desafíos. Las alteraciones climáticas tendrán no solo consecuencias graduales; sino más bien, estas afectarán los cimientos de nuestras relaciones de producción y de reproducción. En el Sur Global, ya se vislumbran más claramente las dislocaciones sociales como secuelas de la crisis climática. Crisis y conflictos, pobreza y desigualdad extrema exacerban los efectos de las alteraciones climáticas y perjudican la capacidad de resiliencia de seres humanos y sociedades enteras. Es por esto que el movimiento de justicia climática en el Sur Global demanda, en primer lugar, reparaciones para las ›deudas climáticas‹ contraídas por el Norte Global, cuyo modelo fosilista de producción y cuyo modo de vida imperial han sido y son responsables de la mayor parte de las emisiones globales. En cambio, prevalecen el cierre de fronteras y la externalización - los gobiernos de los países industrializados del Norte no solo rechazan a los seres humanos que huyen de condiciones de vida insostenibles, sino que rechazan también su responsabilidad histórica y la demanda de una redistribución a escala global. Los países más ricos están gastando el doble para la fortificación de sus fronteras y para sus políticas anti-migratorias que para la financiación de medidas contra el cambio climático. Y para protegerse contra daños y pérdidas se promocionan modelos individuales de seguros basados en el mercado.

Es cierto que, en Alemania, paulatinamente se va reconociendo la urgencia de este tema. No obstante, las respuestas políticas quedan demasiado cortas. Desde hace 17 años, entidades públicas y redes científicas, bajo la dirección del Ministerio de Medio Ambiente, han ido elaborando unos análisis de riesgo detallados en el marco de la Estrategia Alemana de Adaptación (DAS, según las siglas en Alemán) - abarcando la agricultura, la política forestal y hasta el tráfico y el sistema de sanidad. Los planes de acción reúnen recomendaciones detalladas; se exhortan a las administraciones municipales a averiguar las necesidades locales y a elaborar los planes correspondientes, lo que, de hecho, en muchos sitios ya se está llevando a cabo. Pero el proceso se atasca en los más diversos niveles y, además, adolece de lagunas relevantes.

No solo en su volumen, las medidas no responden ni de lejos a las necesidades de actuación, tanto las formuladas como las reales; además, resultan ralentizadas debido al modo de actuar de los gobiernos y las administraciones locales, condicionados por las estructuras de poder y la burocracia. La magnitud del problema requeriría la ejecución de un amplio plan de inversiones, con el fin de adaptar las infraestructuras de la gestión de aguas, del tráfico, de la protección civil, del sistema de salud y del desarrollo urbano a los nuevos riesgos climáticos. Pero este nuevo arranque no existe. Faltan personal y medios económicos, el estado precario de las finanzas municipales y regionales difícilmente permite dedicarse a estas grandes tareas. Mientras, por un lado, se redactan planes de acción que deben permear y guiar a los aparatos políticos, por otro lado, se están dando hechos consumados sin miramiento: se siguen sellando suelos, se amplían autopistas y se erigen rascacielos de vidrio.

Además, la Estrategia Alemana de Adaptación (DAS) se concentra en medidas técnicas, tales como la construcción de diques, los sistemas de alcantarillado y las normas de edificación, que deben mitigar los efectos de los riesgos climáticos. Otras áreas de acción, concernientes, por ejemplo, a las políticas sociales, de salud, de vivienda y de desarrollo urbano, son apenas tomadas en consideración, a pesar de que ellas tienen una influencia directa sobre las consecuencias de los impactos climáticos. En los mencionados análisis de riesgo, solo tardíamente se empezaron a tomar en cuenta los determinantes sociales de vulnerabilidad; e incluso hoy, estos análisis distan mucho de una comprensión exhaustiva de la adaptación, tal como se formula, por ejemplo, en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Se continúa excluyendo las medidas de adaptación ›implícitas‹ dirigidas a la protección de la población de bajos ingresos y a personas particularmente vulnerables, tales como unos modelos de financiación para el reacondicionamiento en materia de eficiencia energética, que benefician a las personas que habitan en viviendas de alquiler.

Este reduccionismo es un error con graves consecuencias. Pues incluso en los países ricos, los riesgos ambientales no se distribuyen de manera igual: es en los barrios céntricos densamente urbanizados y con alta carga de tráfico, con sus pisos de baja eficiencia energética y escasos espacios verdes, donde son mayores la contaminación del aire y la acumulación de calor. El hecho que especialmente las personas en condiciones laborales y de vivienda precarias, las personas mayores, enfermas o con algún tipo de discapacidad, son las más afectadas por los recortes en la oferta de servicios sociales, no es nada nuevo y se analiza como ›crisis de la reproducción social‹. Conforme se agudicen los impactos climáticos, también se profundizará esta crisis en lo social. Una adaptación climática adecuada tendría que estar enfocada a contrarrestar esta crisis tomando en consideración tanto las cuestiones de política urbanística, sanitaria y de seguridad social como unos modelos que posibilitan la participación democrática y la cuestión de la propiedad. La DAS está muy lejos de todo ello.

Una adaptación que incrementa la desigualdad

Si una política de adaptación apuesta únicamente por medidas técnicas en desconsideración del contexto global de su accionar, no podrá responder a los efectos distributivos de la crisis climática y refuerza la amenaza de que se acentúe la desigualdad existente. Incluso el IPCC critica que una »política de adaptación, que no toma en consideración las consecuencias negativas para los diferentes grupos sociales […] conlleva a una mayor vulnerabilidad […] y [podrá] agravar la desigualdad.« (IPCC 2022: 29) La realidad urbana lo demuestra: incluso las medidas razonables de adaptación climática, tales como reducir las superficies selladas, fomentar el desagüe, o mejorar la eficiencia energética urbana, podrán finalmente agravar la segregación social. La creación de ›zonas verdes‹, disminuyendo los efectos negativos del tráfico, podrá aumentar la valorización inmobiliaria, con la consiguiente mayor marginalización de la población pobre. Isabelle Angueolvski analiza el efecto segregacionista de la adaptación climática urbana en diferentes países y ciudades; ella la conceptualiza como ›gentrificación verde‹ que, en caso extremo, podría hacer emerger ›guetos climaresilientes de lujo para las personas privilegiadas‹. La política urbana de adaptación suele ignorar que la resiliencia es también una cuestión de clase; en vez de ello, apoya a las empresas tecnológicas e inmobiliarias como promotoras del crecimiento. Frecuentemente, se actúa de arriba hacia abajo y se ignoran los intereses de las personas afectadas. En el Sur Global, existen proyectos de infraestructura que, en nombre de la adaptación climática, conducen a la expulsión de grupos poblacionales o que han aumentado todavía más su vulnerabilidad. También la ayuda internacional en caso de catástrofes y los proyectos de reconstrucción conllevan frecuentemente a una mayor privatización de la tierra y al incremento de la segregación social cuando no toda la población afectada puede costearse refundar su existencia social, o incluso cuando es objeto directo de programas de reasentamiento, como, por ejemplo en Nueva Orleans después del huracán Katrina, en el año 2005.

¿Es posible otra política de adaptación?

Que la política de adaptación en curso dista mucho de responder adecuadamente a las múltiples dimensiones del problema, también debe estar relacionada con el hecho de que se basa en unas infraestructuras sociales materiales que, durante decenios, han sido demolidas por las destructivas políticas neoliberales. Por ello, no resulta sorprendente que los aparatos estatales carezcan de los recursos humanos y de los correspondientes acervos de conocimiento, que resultan imprescindibles para una eficaz adaptación climática. Sin embargo, una política de adaptación es esencialmente una política de infraestructura, por lo tanto, únicamente podrá realizarse adecuadamente a través de programas e inversiones públicas. Cuando se elude tomar las medidas necesarias, o cuando estas se enfrentan a barreras estructurales - ¿qué implica esto para los puntos de apoyo, las posibilidades y los límites de una política de adaptación de izquierdas?

Las previsibles dislocaciones causadas por la crisis climática producirán problemas considerables de legitimación para la política dominante y para el estado capitalista. Serán tan incisivas, en el interior de las sociedades como a nivel internacional, que las instituciones existentes apenas serán capaces de procesar los conflictos que de allí emerjan. Se va a agudizar la contradicción entre la función acumulativa y la función legitimadora del estado, es decir, entre la tarea de organizar la condiciones de valorización del capital , por un lado, y por otro lado, la de asegurar el consenso en un orden societal estructuralmente desigual. Se plantea cada vez más apremiante la cuestión de la legitimación, unida con la concerniente a la eficacia de la política. Esto no siempre favorece automáticamente a la izquierda. No obstante, cuando esta no se deja sorprender por ello, se abre la posibilidad de intervenir en base a un reformismo radical: con medidas que en lo concreto mejoran la protección y las condiciones de vida de las mayorías. Estratégicamente debería pensarse muy bien, en qué medidas habrá que enfocarse en los años venideros para una política progresista de adaptación, y qué alianzas serán necesarias para la implementación de las respectivas medidas, con el fin de abrir una perspectiva real de que se apliquen exitosamente.

Sin duda, para ello habría que fortalecer o reconstruir las capacidades estatales y societales para una adaptación climática. Al mismo tiempo, se trata de reflexionar sobre los límites estructurales con los que tales esfuerzos necesariamente chocan en un estado capitalista. Sería decisivo, entre otras cosas, retomar la lucha por las instituciones estatales de adaptación. En alianza con actores progresistas dentro de los aparatos estatales (por ejemplo, en el Ministerio de Medioambiente, en la Agencia Federal de Medio Ambiente, en muchas administraciones locales y regionales), se trata de desplazar la frontera de lo que se puede conseguir. Sin embargo, esto únicamente funcionará si los movimientos sociales también plantean sus demandas con determinación, creándose una presión política que abra espacios para ello. Aunque en los últimos años haya crecido significativamente el movimiento por el clima en el Norte Global, este se concentra primordialmente - y (justificadamente) en interés de las futuras generaciones - en las deficiencias en cuanto a la protección climática. Sin embargo, resulta mucho más difícil politizar las cuestiones de adaptación. En el campo de la política de adaptación, es la justicia climática la que en primer lugar, se tendría que poner de relieve como demanda principal. Aquí yace el desafío, aunque también se abre la posibilidad de ocupar el campo de la política de adaptación desde la izquierda. Casi como en ninguna otra área, se evidencia aquí que la cuestión ecológica es una cuestión social, y también una cuestión internacionalista. La izquierda como movimiento social debe plantear la adaptación climática como una necesaria disyuntiva: ¿Se trata primordialmente de amortiguar las consecuencias social-ecológicas destructivas de un modo de producción, sin poner en tela de juicio los mecanismos de funcionamiento del mismo? ¿O comprendemos la adaptación como punto de arranque de transformación fundamental de esta sociedad? En este campo conflictivo, la izquierda ha de implicarse activamente presentando conceptos concretos de una política de adaptación solidaria.

Eso es difícil, empero ofrece también una oportunidad: Debido a los masivos trastornos climáticos, la política aparentemente realista del ›continuar como hasta ahora‹ se volverá completamente inoperante con respecto a la realidad. Solo mediante unas profundas transformaciones en el modo de producción y reproducción y en las estructuras de propiedad, con una participación democrática y con un enfoque internacionalista se podrá lograr verdaderamente una adaptación climática que favorece a las mayorías. En el futuro, luchar por ello podría ocupar el lugar central para la renovación de la izquierda en las instituciones políticas y en la sociedad. ¡Una adaptación a los impactos climáticos desde la izquierda exige más!

Desde una perspectiva de la izquierda, la adaptación a los efectos del cambio climático habría que comprenderla de manera global: aparte de la adaptación ›explícita‹ se tendría que reforzar la adaptación ›implícita‹ - como diferencia específica de una política de izquierdas. Las medidas explícitas son en primer lugar de carácter constructivo y técnico: se optimiza la capacidad de los diques elevando su altura, se reconvierten suelos sellados en superficies permeables, se crean espacios climatizados, se cultivan nuevas especies vegetales o se ponen en práctica conceptos de ›ciudades esponjas‹. Todo ello es indispensable. Podrá salvar vidas y podrá contribuir a que se mantengan habitables los espacios especialmente afectados por la crisis climática.

Ahora bien, la adaptación implícita transciende estas medidas, porque enfoca las condiciones sociales que son determinantes para los efectos de la crisis climática y que, en su conjunto, son factores causantes de unas condiciones de vida desiguales. Combina la protección, frente a las consecuencias inevitables de la crisis climática, y la prioridad puesta en las personas más afectadas, con la pregunta de ¿cómo queremos y cómo podemos vivir?

Todo lo que haga falta para una protección efectiva ante las secuelas de la crisis del clima son asuntos por los que, desde la perspectiva de la izquierda, hay que luchar, porque abren puertas para volver a una sociedad más igualitaria. A ello corresponden tanto la modernización energética del sector de viviendas de protección oficial, la expansión del sistema de salud, como el fomento de una agricultura ecológica orientada hacia la soberanía alimentaria, con métodos de cultivo adaptados a la región y unas relaciones solidarias entre la ciudad y sus alrededores, en cuanto al suministro de alimentos, y la promoción de lugares públicos y huertos colectivos. A escala global, resultan igualmente importantes tanto eliminar las políticas anti-migratorias y garantizar fronteras abiertas para migrantes y refugiados (climáticos), como el apoyo masivo al Sur Global, para aliviar o reparar los daños climáticos, renunciando a una política climática que socava las capacidades de adaptación en el Sur Global, tal como ha sido el fomento de una movilidad eléctrica intensiva en recursos. Las medidas concretas de justicia ecológica van desde el desmontaje de grandes carreteras, al lado de las cuales vive la población más pobre, a favor de superficies verdes, y paralelamente, la ampliación del transporte público, hasta la mejora de las condiciones laborales en sectores como la construcción o la agricultura, caracterizados por una mayor vulnerabilidad frente a los fenómenos de crisis ecológicos. Finalmente, se trata también de acortar la jornada laboral en general, lo que favorece las condiciones del trabajo del cuidado del ser humano y de la naturaleza, cada vez más relevantes.

Todos ellos son elementos esenciales de una política de izquierda. No son nuevos, pero adquieren una mayor urgencia en el contexto de la necesaria adaptación a los impactos climáticos y los trabajos de reparación, cada vez más necesarios, frente a los masivos daños medioambientales. Las transformaciones que desde siempre han sido reclamadas por la izquierda, se convierten ahora en elementos claves para una resiliencia solidaria frente a la crisis climática. Los »aspectos igualitarios de la vida urbana [ofrecen] las mejores condiciones sociológicas y físicas para la conservación de los recursos y la reducción de las emisiones de CO2« (Davis 2010; véase Informe IPCC 2022), escribió Mike Davis hace más de diez años. Esto se puede trasladar, sin más, a la adaptación climática y a las zonas rurales. Marca el horizonte de una política de adaptación desde la izquierda, en la cuál se condicionan mutuamente la reducción de la dominación social y la mitigación del dominio sobre la naturaleza, sentando conjuntamente las bases para enfrentar la crisis climática de forma solidaria - para que, partiendo de lo malo, pueda gestarse algo mejor, comenzando desde abajo.

Acerquémonos otra vez al verano ultra-caluroso del año 2050, pero esta vez bajo otro designio. ¿Qué sería posible si una política de adaptación climática verdaderamente pusiera en el centro las condiciones de vida de las mayorías? Por supuesto que las noches tropicales seguirían empujando a muchas personas al límite de su salud. Sin embargo, por lo menos estaría garantizado el suministro de aire fresco y de oportunidades de enfriamiento para todo el mundo. Y se habrían tomado precauciones - específicamente para los grupos más afectados: una aplicación pública de alerta suministraría diariamente los datos meteorológicos reales, recomendaría medidas individuales de protección e informaría sobre los espacios fríos, fuentes de enfriamiento y suministros de agua potable más cercanos. Mediante la re-naturalización de superficies selladas se crearían pasillos de aire fresco. Se entregarían tierras sin cultivar para que sean utilizadas para proyectos sociales y culturales. Entre las construcciones nuevas, destacan los edificios con viviendas de protección oficial financiadas públicamente. Aquí, se ha creado espacio habitacional para todos, convertido en modelo para viviendas adaptadas a las nuevas condiciones climáticas: las necesidades energéticas y de enfriamiento son mínimas debido a una arquitectura inteligente y el empleo de materiales de construcción naturales, las fachadas cubiertas de vegetación sirven como mecanismo de enfriamiento. En los techos existen espacios verdes para el descanso y el encuentro personal. Muchos bloques de viviendas tradicionales fueron saneados ya en la década de 2020. Con la socialización del parque de viviendas, el nivel de los precios del alquiler habitacional protegido se mantiene bajo. En los barrios y municipios hay estructuras democráticas en las que se decide sobre las futuras obras y el uso comunitario de los espacios. Los espacios climatizados, aunque también otros edificios, tales como, por ejemplo, las iglesias, están abiertos para toda la población, con instalaciones especiales para personas mayores y personas con discapacidades; a quienes se les apoyan activamente y si hace falta, son acompañadas hacia estos espacios. Las piscinas al aire libre son de entrada gratuita. El tráfico de vehículos motorizados está proscrito en los centros urbanos, lo que frenaría la acumulación de calor y mejoraría la calidad del aire. Se ha reducido el espacio total de superficie ocupado por calles y carreteras o estas se han convertido en amplias avenidas para bicicletas. Los edificios y superficies de aparcamiento para vehículos han sido convertidos en espacios verdes y huertos comunitarios.
Sin embargo, aún así muchas personas deciden vivir fuera de las grandes ciudades, porque resulta climáticamente más agradable. Esto es posible gracias a un sistema de transporte público rápido y fiable.
Obviamente, este mundo no será un mundo sin problemas. Serán cada vez más frecuentes los sucesos meteorológicos extremos. La agricultura, la política forestal y la gestión del agua están inmersos en procesos de transformación masiva, cada vez hace falta reaccionar a nuevas crisis y compensar cortes de suministros y daños. Los países del Sur Global que han de lidiar con dislocaciones sociales gravísimas, reciben cuantiosos pagos de reparación por parte de los que antaño sacaron sus beneficios del capitalismo fósil en el Norte Global. Más allá de ello, se ha creado un mecanismo permanente de responsabilidad civil colectiva y de redistribución solidaria para compensar los gastos causados por las crisis a nivel global. Una enorme cantidad de recursos se pone a disposición no solamente para la protección climática, sino también para la adaptación climática y para compensar daños y pérdidas, decidiéndose autónoma y democráticamente sobre su utilización. En las sociedades del Sur Global se realizan enormes inversiones para la ampliación de las infraestructuras técnicas y sociales y para la creación de sistemas de seguridad social, para proteger a aquellas personas cuyos modos de existencia están amenazados o hubieran sido destruidos por los impactos climáticos. Allí donde una adaptación es difícil o imposible, ha aumentado la migración. Se ha convertido en una tarea política central posibilitarles a estas personas la libertad de desplazamiento, apoyándoles para que su nueva vida sea segura.

Es a más tardar en este momento, cuando se percibe claramente la envergadura de este esbozo utópico. Un mundo en que los impactos climáticos son afrontados solidariamente y en que la adaptación se pone en práctica en beneficios de todas y todos, sería otro mundo, un mundo radicalmente transformado. El camino hacia allá únicamente puede ser un camino internacionalista. Sin una perspectiva global, una adaptación solidaria a los impactos climáticos es imposible. La visión de una ciudad con justicia climática en el año 2050 muestra lo que podemos ganar: una perspectiva de esperanza que acepta los desafíos, que no los niega o los desplaza psicológicamente, y un futuro por el que vale la pena luchar.

Bibliografía:

Davis, Mike, 2010: Wer wird die Arche bauen? Das Gebot zur Utopie im Zeitalter der Katastrophen. (¿Quién va a construir el Arca? El mandamiento de la utopía en la época de las catástrofes.) en: Arch+Zeitschrift für Architektur und Städtebau, Número 196/197, Págs. 28–33, aquí: Pág. 33.

IPCC – Intergovernmental Panel on Climate Change, 2022: Climage Change 2022. Impacts, Adaptation and Vulnerability, Summary for Policy Makers, www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/downloads/report/IPCC_AR6_WGII_SummaryForPolicymakers.pdf.

Reimer, Nick/Staud, Toralf, 2021: Deutschland 2050. Wie der Klimawandel unser Leben verändern wird. (Alemania 2050. Como el cambio climático transformará nuestra vida.) Colonia.

Senatsverwaltung für Stadtentwicklung und Umwelt Berlin, 2016 (Administración del Senado de Berlín para el Desarrollo Urbano y el Medio Ambiente, 2016): Anpassung an die Folgen des Klimawandels in Berlin – AFOK, Teil II (Adaptación a los impactos del cambio climático en Berlín – AFOK, Parte II). www.berlin.de/sen/uvk/_assets/klimaschutz/anpassung-an-den-klimawandel/programm-zur-anpassung-an-die-folgen-des-klimawandels/afok_endbericht_teil2.pdf.

Sobre los autores:

Ulrich Brand

Ulrich Brand es Profesor de Política Internacional en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Viena, Austria, y, entre otras, se dedica a la temática de las relaciones societales con la naturaleza. En español, publicó »Salidas del laberinto capitalista: Decrecimiento y postextractivismo«, junto al economista ecuatoriano Alberto Acosta (Tinta Limón/Fundación Rosa Luxemburgo, 2018) (https://traficantes.net/libros/salidas-del-laberinto-capitalista)

Barbara Fried

Barbara Fried es jefa del comité editorial de la Revista LUXEMBURG-GESELLSCHAFTSANALYSE UND LINKE PRAXIS y vice-directora del Instituto para el Análisis Societal de la Fundación Rosa Luxemburgo. Está activa en el la Red Care Revolution e investiga sobre cuestiones de trabajo del cuidado y feminismo.

Hannah Schurian

Hannah Schurian es científica social y trabaja en el Instituto para el Análisis Societal de la Fundación Rosa Luxemburgo. Forma parte del comité editorial de la Revista LUXEMBURG-GESELLSCHAFTSANALYSE UND LINKE PRAXIS.

Markus Wissen

Markus Wissen es politólogo y profesor de ciencias sociales en la Escuela de Economía y Derecho de Berlín. Sus investigaciones se han especializado en procesos de transformación social-ecológica y política de clase desde el enfoque de la ecología. Publicó, entre otros, el libro »Modo de vida imperial - vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo« (2017), junto con Ulrich Brand, editado en castellano por Edición Tinta Limón. (https://traficantes.net/libros/modo-de-vida-imperial)

Rhonda Koch

Rhonda Koch ha estudiado filosofía, milita en el partido alemán DIE LINKE y forma parte del comité editorial de la Revista LUXEMBURG-GESELLSCHAFTSANALYSE UND LINKE PRAXIS.

Fuente: Revista LUXEMBURG-GESELLSCHAFTSANALYSE UND LINKE PRAXIS, Junio de 2022

https://zeitschrift-luxemburg.de/artikel/deiche-bauen-reicht-nicht/

Título original: Deiche bauen reicht nicht

Traducción del Alemán al Castellano: Stefan Armborst y Marisa García Mareco (Mallorca)

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