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30 de Septiembre de 2014

Extractivismo versus valor agregado: El rol de la ciencia en el desarrollo económico


El motor de la actividad económica chilena es la extracción de grandes volúmenes de recursos naturales que se exportan sin procesamiento posterior, lo que contrasta con el valor agregado que dan a sus productos los países que han alcanzado el desarrollo. Así lo exponen los autores de esta columna, quienes califican negativamente las políticas de fomento a la innovación tecnológica adoptadas en los últimos años, debido a que han sido incapaces de quebrar el reinado del “extractivismo”. Hoy, dicen, “la mayoría habla del éxito de estas políticas públicas, aunque el significado de ese éxito es para algunos de nosotros un misterio”.

Hasta ahora, los miembros de la clase política (de todos colores) mucho han dicho a favor del desarrollo de la ciencia, la innovación, la sociedad del conocimiento, la superación del extractivismo como motor principal de las actividades económicas y –lo más relevante – la diversificación de la matriz productiva. Esto ha redundado en numerosas políticas públicas a favor de la innovación y de la interacción universidad-empresa, tales como la creación del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC), diversos estímulos tributarios e instrumentos y concursos en Corfo y Conicyt, como lo son el Fondef y GoToMarket, subsidios para la contratación de científicos, etc. Se supone que estas iniciativas apuntarían, en un mediano y largo plazo, a darle un mayor valor agregado a las exportaciones chilenas. Hoy la mayoría habla del “éxito” de estas políticas públicas, aunque el significado de ese éxito es para algunos de nosotros un misterio, pues los exportadores de recursos naturales sin valor agregado nunca habían estado mejor en Chile.

Muchos de estos recursos naturales son exportados desde Chile casi sin tratamiento, como los minerales que se extraen de la tierra y se exportan sin manufacturar. Quienes obtienen ganancias de esta forma son rentistas. En palabras sencillas, ser rentista significa tener un bien escaso y venderlo, aprovechando el simple hecho de que es un bien que otros no tienen. Así, se puede especular con el precio de este bien y recibir ganancias. Es como encontrar un tesoro y venderlo. No hay ningún mérito en el rentista más que el haber “encontrado” ese tesoro y saber especular con su precio. Lo contrario a un rentista, sería alguien que toma o encuentra un bien, lo modifica y/o mejora mediante el trabajo y lo vende como un producto elaborado. Su ganancia, entonces, viene del valor agregado que le da al bien original, o sea, del trabajo.

Chile es un país extractivista donde el pilar de la economía es la minería. Extraer piedras y minerales para venderlos como materias primas con un mínimo tratamiento es bastante parecido a encontrar un tesoro y venderlo, con el particular detalle de que este tesoro se encuentra en un recurso natural que pertenece (o debería pertenecer) a todos los chilenos: la tierra. Como en este proceso se realiza un mínimo y elemental tratamiento, no se requiere de una cadena de trabajo que pueda dar valor agregado y distribuir la ganancia. Al generar poco empleo, además, aumenta la concentración de la riqueza. Por si fuera poco, como el principal interés es la renta, no importa lo que queda tras la extracción de ese tesoro y, por lo tanto, se destruye el medio ambiente sin implementar ninguna medida reparatoria o paliativa, pues las ganancias lo justifican. En Chile el 60% de las exportaciones corresponden a productos de la minería, es decir, vivimos en un país extremadamente rentista (vea gráficos sobre distribución del empleo por sector productivo y distribución de las exportaciones chilenas).

En este rentismo tan brutal podemos incluir otras actividades clave de la economía nacional: la pesca de arrastre y la banca. La pesca de arrastre se basa en la operación de un barco que arrastra una gran malla y que atrapa todo lo que pueda, dejando una estela de destrucción ambiental a su paso. Evidentemente, se ajusta perfecto a la metáfora del tesoro encontrado. Por su parte, la banca y los servicios financieros en general parecen ser un ejemplo más complejo, pero no escapan a esta lógica. Captar recursos de todas y todos los chilenos a través del pago obligatorio de cotizaciones y luego obtener ganancias con ese dinero, convierte a las AFP en rentistas absolutas. En similar situación aparecen bancos y otras entidades financieras que, a partir de dinero ajeno, generan millonarias ganancias sólo gracias a la especulación. Esto no es menor en un país donde los servicios financieros abarcan el 16% del PIB nacional, lo cual reafirma la idea de que vivimos en un país extremadamente rentista.

Pero, ¿qué tiene que ver la ciencia en todo esto? Bueno, la investigación científica, en el amplio sentido, es absolutamente inútil al rentismo. Si extraemos un recurso natural y lo vendemos, ¿hay algo que investigar allí?… Por el contrario, entregarle valor agregado a un bien o producto requiere mucho conocimiento y desarrollo tecnológico, por lo tanto, una economía que no está basada en la renta estimula poderosamente la educación y… ¡la investigación científica!

Los gobiernos chilenos han intentado superar el extractivismo mediante políticas de subsidio que fomentan iniciativas privadas, tanto de empresas ya instaladas como de personas que desean emprender con algún producto o servicio relacionado con la ciencia y/o tecnología (los llamados “innovadores”). Sin embargo, estas políticas han mostrado ser poco eficaces porque para hacerle frente a los rentistas, que dominan buena parte de la economía nacional, no basta sólo con unos cuantos emprendedores, muchos discursos y un poco de dinero estatal. Lo que se necesita es una política de Estado integral que se plantee como objetivo superar el subdesarrollo a través de la intervención en distintas áreas productivas y la reestructuración de la política científica-tecnológica del país.

Por su parte el subsidio a empresas ya instaladas no ha tenido la recepción esperada. Se acusa a la ambición de ganancia a corto plazo por parte de las empresas, pero en realidad la razón principal es que la mayoría de las empresas instaladas en el país desarrollan sus actividades en el área de la explotación y extracción de recursos naturales, por lo que no les es atractiva ni necesaria la investigación científica. La inserción de científicos en empresas privadas es un síntoma claro: menos de 30 científicos con postgrado han sido contratados por empresas en estos años mediante los programas públicos mencionados, a pesar de todos los beneficios estatales que se ofrecen. Por su parte, los proyectos Fondef, que si bien han significado importantes avances científicos en distintos temas, no se han prolongado en el tiempo y son pocos los que han logrado la creación exitosa de productos o la implementación de servicios asociados, siendo que ese era el objetivo principal.

Incluso, si consideramos que bajo cualquier estrategia la superación del extractivismo es una meta a largo plazo, en las actuales condiciones los rentistas crecerán muchísimo más rápido que esos pocos, pero entusiastas, emprendedores. Esto, debido a que los rentistas no sólo dominan la economía chilena, sino que también tienen gravitantes influencias en la clase política. Reflejo de esto es que la Concertación y sus asesores definieron dentro de la política “pro-innovación” del Estado algunas áreas prioritarias para el desarrollo y fomento de la ciencia, tecnología e innovación, basándose en las ventajas comparativas que tenía Chile respecto a otros países: la denominada “política de clusters”. Dos de los cinco clusters establecidos: minería y servicios (¿ve algo de valor agregado ahí?).

Acuicultura y fruticultura son otras de las áreas seleccionadas como clusters de desarrollo. Si a ellas le sumamos la industria forestal, completamos las principales áreas de la economía nacional después de la minería. Si bien, estas tres áreas económicas no son rentismo en estricto rigor, ya que, toman un conjunto de recursos naturales (tierra, agua, peces y plantas) y mediante el trabajo le entregan valor y generan un producto más elaborado (frutas, salmón fileteado o congelado, pulpa de celulosa, paneles de madera), el trabajo realizado es bastante básico, pues aunque hay esfuerzo y planificación en plantar pinos y frutales o en poner a crecer salmones en cautiverio, es la misma la naturaleza quien produce esos recursos. El trabajo posterior está casi al nivel del rentismo, porque cosechar fruta, talar árboles y filetear salmones, es análogo a limpiar muy bien el tesoro encontrado antes de venderlo. Es por estas mismas razones que los productos generados por estas industrias se denominan commodities: pueden ser reemplazados por uno igual producido en otro lugar del mundo. Por ejemplo, el salmón fileteado chileno no es distinto al salmón fileteado noruego, quizás cambien los costos o las velocidades de producción, pero el producto final es igual para el consumidor y, por lo tanto, reemplazable y sujeto a los vaivenes de la economía mundial.

Además, las industrias salmonera y forestal tienen dos preocupantes parecidos con el rentismo clásico: la baja generación de empleo (muchas veces precarios) y la despreocupación por el medio ambiente. Generan poco empleo porque ocupan un mínimo trabajo real en su proceso productivo y producen commodities, lo que requiere un escaso trabajo intelectual. Se preocupan mínimamente de los efectos de su proceso productivo en el medio ambiente porque sólo les interesa la renta, a pesar de que usufructúan directamente de recursos naturales que deberían pertenecer a todas y todos los chilenos (salmones en ríos, lagos y estuarios; pinos y eucaliptos en reemplazo de bosques nativos).

Aún así, muchos de los fondos estatales destinados a la investigación científica y al “tránsito a la economía del conocimiento” fueron captados por estas áreas definidas como prioritarias, en proyectos relacionados con mejoras productivas o innovaciones técnicas. Mucho dinero fue a parar a proyectos de medición, mejoramiento de la pureza y biolixiviación de cobre (usar microorganismos para extraerlo de residuos minerales); buscar una cura o vacunas para el virus ISA (que afecta a salmones en cautiverio); secuenciar genomas de especies vegetales para intentar producir organismos genéticamente modificados (pinos y/o eucaliptos resistentes a climas adversos, frutas que maduren más rápido), entre otras. Sin embargo, a pesar del trabajo intelectual y valor científico de este tipo de proyectos, en ningún caso se busca cambiar la esencia rentista y explotadora de recursos naturales de la economía nacional.

Actualmente, todos los discursos hablan de la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo del país y apuntan a convertir a Chile en una “sociedad del conocimiento”. No obstante, esto no pasa de las buenas intenciones y el Estado ha dejado la titánica tarea de diversificar la economía y la matriz productiva sobre los hombros de los investigadores e “innovadores” y su trabajo individual. En las actuales condiciones del país, esta tarea tiene un pronóstico evidente: ninguna iniciativa privada –por más bien intencionada que sea– logrará desplazar al gigante rentista/extractivista de su trono en la economía. Es hora de tomar las riendas en esta situación y comprender que sólo una intervención estatal integral, acompañada de una política de Estado de largo plazo que entienda a la investigación científica como un bien público, podría marcar el despegue hacia el tan ansiado desarrollo nacional, democrático, inclusivo y equitativo.

Por: Andrea Poch Plá y Felipe Villanelo Lizana en Opinión - CIPER

Fuente:
http://ciperchile.cl/2014/09/30/extractivismo-versus-valor-agregado-el-rol-de-la-ciencia-en-el-desarrollo-economico/

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