- España - Internacional:10 de Agosto de 2021
El negocio eólico: lo que se va a llevar el viento
La energía eólica resulta accesible, adaptable, cercana. Limpia y barata, puede ser considerada, junto a la solar, la más democrática de todas las fuentes de energía eléctrica por sus capacidades de descentralización, de autogestión, de sostenibilidad y de eficiencia. En manos del oligopolio eléctrico, centralizada en grandes focos de producción cuya energía ha de ser transportada, ha devenido en cambio en un inmenso mercado virtualmente idéntico, en forma y fondo, al organizado en torno al resto de renovables (de la fotovoltaica y Extremadura, hablaremos en otro momento).
Por
Manuel Nogueras - elsaltodiario.com
La industria generada a su alrededor pasa por encima de todo y lo hace con la tolerancia ?rayana con la complicidad? de las instituciones que debieran poner coto a su voracidad. Las administraciones regionales, cegadas por la lógica de la inversión multimillonaria como escaparate de su gestión ?cuando no directamente conniventes con los promotores de los proyectos? dejan pasar impunemente desmanes paisajísticos, ambientales, culturales y, a la vez, hacen oídos sordos a las demandas de las poblaciones afectadas, habitualmente núcleos rurales sin más protección institucional que sus ayuntamientos. Estos, a veces, están a la altura de su misión y otras, como en el pueblo de Garciaz, unos meses antes de destaparse el pastel de parque eólico en Villuercas Oeste se dedican, casualmente (Extremadura es tierra de conquistadores y casualidades), a modificar normativamente usos de suelo; algo que, fíjese usted, podría haber ido como anillo al dedo gordo de los promotores del macroproyecto.
Tan innovador es todo lo que sucede en esta comunidad autónoma que, como si se hubiera buscado la manera de engrasar bien todos los procedimientos administrativos necesarios para tanta licencia, en la última reconfiguración del organigrama institucional la consejería con las competencias de Medio Ambiente terminó por ser, a la vez, la de Industria, Energía y Minas. Así, la responsabilidad de las declaraciones de impacto ambiental de cada proyecto de renovables recae, de hecho, en la Dirección General de Sostenibilidad de la Consejería para la Transición Ecológica y Sostenibilidad. Luego, habrá quien se interrogue ingenuamente acerca del propósito de esta curiosa mezcla competencial, o no se explique cómo se conceden determinados permisos mineros, o por qué el monocultivo de moda en el suroeste parece ser el de placas fotovoltaicas (para las que no parece haber coto, en esta tierra de cercados cinegéticos).
La obra que aquí se representa tiene un argumento central: el negocio eléctrico y nada más que el negocio eléctrico. El mismo que ha hecho que Iberdrola (sheriff energético de Extremadura), deje estos días el pantano de Valdecañas al 20%, y de paso sin agua a varios pueblos (pregunten al alcalde de Belvís de Monroy), para almacenarla más abajo, en Torrejón (al 90%) y así turbinar, generar electricidad a bajo coste y vendérnosla ahora que estamos en máximos históricos de precio del Kw.
No enfrentamos a santos escrupulosos, paladines del emprendimiento ambiental, enfrentamos a los auténticos dueños de la economía. No es un problema de molinos, es de gigantes energéticos y de su control sobre recursos naturales y voluntades políticas.
Es el dinero
Fue rotunda la vicepresidenta y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, al declarar que “necesitamos un sistema energético 100% renovable, abierto a la ciudadanía, a las empresas y a las diferentes administraciones, sostenido sobre tres principios fundamentales: la máxima eficiencia, electrificación e integración de renovables”. La apuesta está clara y fue hecha en la presentación del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, ese que inyectará 72.000 millones de euros entre los años 2021 y 2023 con dos objetivos clave: digitalización (33%) e inversión verde (37%). De ahí, eso que llaman transición energética se va a llevar concretamente el 8,9% de sus recursos, más de 6.000 millones de euros. Ni usted ni yo vamos a optar a ellos, no se preocupe, que ya están bien posicionados para recogerlos, como un solo titán de la ecología, todos los que ahora se reparten el pastel de la energía limpia, de la sucia y de la muy sucia: Iberdrola (sorpresa, los dueños de la renovabilísima central nuclear de Almaraz, en Cáceres), Endesa, Naturgy... Hasta petroleras como CEPSA y REPSOL, iluminadas por la luz cegadora (y verde) del momento se apuntan al desembarco renovable.
No serán esos los únicos fondos a los que optarán tan humildes compañías. Ahí están también los 140.000 millones del plan Next Generation destinados a España, de los que el 50% irán en ayudas directas a fondo perdido y el resto en financiación para proyectos relacionados con el Pacto Verde, la Transición Digital y la Reindustrialización. Y antes de eso, y previo a todo el montaje, en realidad como parte fundamental e intencionalmente opaca del mismo, ahí siguen estando esos 7.000 millones de euros al año que ya se están repartiendo las empresas del sector mediante unas primas que recibirán hasta 2033 y que, a finales de 2020, suponían una retribución estatal (es decir, de nuestro dinero) con los siguientes montantes: la energía eólica a 54,77 euros el megavatio/hora; la fotovoltaica, a 192,81 euros el megavatio/hora y la termosolar a 306,58 euros. Así subvencionamos, así pagamos, los desvelos renovables de las eléctricas. Los datos, para tranquilizar a los espíritus liberales, siempre inquietos, provienen de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).
Con ese volumen de inversiones y fondos, con esa cantidad ingente de recursos en juego, a nadie le puede extrañar tanto que acontezca eso que llaman el boom de las renovables como que el mismo termine por estallarnos, a la ciudadanía, en plena cara. De entrada, alguien debería explicar un buen día por qué ese bombazo ecológico-financiero, esa reconversión de las corporaciones energéticas, esa transición de modelo tan cacareada, no se traslada a la factura de la luz. Ese mismo alguien, de paso, que cuente cómo y por qué, gracias al ingenioso (y virtualmente indescifrable) sistema de subasta eléctrica, habitualmente pagamos el precio marcado por la energía más sucia y más cara, la generada por centrales térmicas de combustibles fósiles como el carbón o el gas natural (propiedad también, por supuesto, de los mismos que ahora se apuntan al carro renovable). Y es ésta una cuestión que resulta pertinente, habida cuenta de que el 9 de agosto se prevé pasará a la historia por haber registrado, en la subasta diaria del mercado mayorista, el precio medio del megavatio hora más alto de todos los tiempos: 106,74 euros. Esto no es un soplo de la diosa Fortuna, es el dios Eolo entusiasmado, es un huracán, un huracán de euros.
El paisaje, el medio ambiente, esos buenos inventos
Sucesión de argumentos encadenados a pasiones tristes, para abrir el debate: los molinos generan electricidad, la electricidad es riqueza, la creación de riqueza es el motor de la economía; de la riqueza se come, del paisaje no comemos. De hecho, entrando al trapo y si nos pusiéramos profundos, el concepto de paisaje es algo relativamente nuevo. Como lo conocemos y entendemos nace en torno al siglo XVI, asociado a la expresión artística, y se modula en plenitud como ahora lo concebimos a principios del XIX. Comparado con las urgencias inmediatas de nuestra especie, esas malditas condiciones materiales que han guiado nuestro viaje a lo largo de la historia, la contemplación de la belleza del entorno, su equilibrio y proporción, su importancia en nuestra supervivencia cultural, son recientes y, en su sometimiento a la batidora neoliberal, frágiles, muy frágiles. Pero vaya, algo importante será cuando en el año 2000, en Florencia, se suscribió el
Convenio Europeo del Paisaje, del que no se sabe si se acordará alguien, pero que el Gobierno español ratificó en noviembre de 2007. ¿Otro brindis al sol?
Sea como fuere, de esa fragilidad citada, y frente a la proliferación en todos los horizontes peninsulares de hileras interminables de aerogeneradores, aparecen numeroso interrogantes: ¿Existe, de verdad, un derecho de la ciudadanía al paisaje? ¿La modificación del mismo no tiene precio? ¿Es el entorno y su preservación un bien absoluto? ¿Se encuentra por detrás del principio del lucro? ¿Se plantearía alguna institución la necesidad de una declaración de impacto visual en cada proyecto? ¿Alguien se atreve a poner precio a la memoria de un pueblo?
Porque en el templo (el sector) de las renovables, sus mercaderes han desquiciado todo. No hablamos de cambios reducidos, contenidos en su proporción, hablamos de alteraciones radicales, de primer orden. Hablamos de cambiar, de hecho, la percepción, la fisonomía de un medio completo. Por ejemplo, en Garciaz, Conquista y Madroñera, de llevarse a cabo los planes de Iberdrola, tendrían que tragarse la contemplación de 36 moles (treinta y seis) sólo 50 metros más bajitas que la torre Eiffel. Y eso, cuidado, en la que viene a considerarse una de las mejores (si no la mejor) dehesa de España, que es como decir de Europa. ¿Con cuántos euros se come eso? ¿Es indispensable esa inmolación? ¿Para quién? ¿Va a ser el interior peninsular una virtual y permanente zona de sacrificio?
Y hablaremos poco de las implicaciones ecológicas porque resultan tan evidentes que caen por su propio peso. Quien defienda que nada alteran los parques eólicos en ese sentido necesita una
charla con Ecologistas en Acción, que le hablarán de los daños medioambientales directos y derivados, o atender las explicaciones de
la Sociedad Española de Ornitología (SEO/Birdlife), que cuentan cosas muy interesantes de avifauna herida de muerte y también algunas curiosidades. Por ejemplo, que en los proyectos ahora en el limbo para la sierra de Gata y Montánchez, su promotor, el Instituto de Energías renovables, que aparecía en los proyectos con domicilio en la ciudad de Cáceres, era una sociedad participada al 66% por PARCESA, empresa de servicios funerarios (!) de Madrid, a su vez propiedad del Grupo Inmobiliario Delta. Otro 28% del asunto, era para Artificial Intelligence Structures, S.A., fruto de la fusión entre INYPSA y Carbures en 2018. INYPSA, participada mayoritariamente por el mismo grupo inmobiliario además de ser ¡la empresa firmante de los estudios de impacto ambiental para estos proyectos eólicos!
Empresas interpuestas, funerarias, inmobiliarias... Aquí huele a muerto. A pájaro muerto, a paisaje muerto. A pueblos cerrados, a sociedades agrarias en extinción, a un mundo rural definitivamente agredido.
No, allá donde se ubican los parque eólicos no generan empleo
Los muñidores de todo este juego de luces de colores manipulan, además, dolores elementales, esos que vienen colgando de la necesidad, del desempleo.
Y mienten, mienten prometiendo imposibles. Porque no, los parques eólicos no generan empleo; su impacto directo sobre la contratación local es mínimo, virtualmente inexistente. Los 16.000 puestos de trabajo directos (aproximadamente el doble contando los indirectos) que la industria eólica afirma haber creado lo son, en su práctica totalidad, en el proceso de producción industrial de los areogeneradores, turbinas y resto de componentes. La mano de obra requerida necesita un nivel alto de especialización tanto en las tareas de operación como en las de mantenimiento, nivel lógicamente cubierto con las plantillas de las propias empresas promotoras o sus subcontratas habituales, desplazadas desde donde sea al efecto (sí, así está el mercado laboral, todo forma parte de la misma estafa global).
Más allá de cuatro tareas básicas de peonaje muy localizadas en fases primarias de los proyectos no se crean salarios sobre el terreno, y eso es incontestable. La comprobación resulta simple atendiendo a la realidad de lo ya existente: en Plasencia, en el parque El Merengue (única explotación eólica funcionando en Extremadura hasta la fecha) el mantenimiento es atendido periódicamente por un reducidísimo equipo de trabajadores que se reparten, como no podía ser de otro modo, por diferentes proyectos de varias comunidades autónomas.
La conclusión es que donde llegan estos molinos no dan trabajo, pero sí pueden terminar por molerlo. Y eso es así porque ponen en riesgo evidente el ya existente en sectores primarios como la ganadería o la agricultura, definitivamente heridas en las parcelas afectadas por las indispensables infraestructuras, pero también en las colindantes, esas que ni siquiera cobran pero que ven aparecer y desaparecer accesos, viales, vallados, edificaciones, zanjas para soterrar, líneas de evacuación de alta tensión, subestaciones eléctricas...
En relación al sector del ocio o del turismo, huelgan comentarios. ¿Quién quiere visitar un lugar erizado de gigantes giratorios de 240 metros de altura? ¿Qué futuro puede tener cualquier emprendimiento turístico, en ese sentido, en un espacio agredido de ese modo? ¿Qué atractivo puede tener para nadie? Esos esfuerzos promocionales desde las instituciones, potenciando una imagen idílica de nuestro territorio como lugar de equilibrio y descanso... ¿Eran una mentira? ¿Se trataba, como casi siempre, de salvar el expediente y aparentar que se tenía un proyecto, el que fuera, para el medio rural? ¿Era tan frágil su apuesta que no resiste el sonido de las monedas de los de siempre en dirección al bolsillo de los de toda la vida? Porque aquí de lo que se está hablando, insistimos, es de dinero. Del enorme caudal económico a distribuir entre las grandes empresas apuntadas al carro de las renovables y de la pedrea a repartir entre aquellos a los que les caiga un molino. Y estos últimos, que no se hagan muchas ilusiones, que
el abuso está servido, ya, desde hace mucho tiempo.
El debate es de proporción, gestión y modelo
No se trata de renunciar a la energía eólica. Al contrario, se trata de buscar un óptimo en su aprovechamiento; por un lado, estableciendo un gran pacto cívico realmente garantista en la defensa del territorio y de los derechos de sus habitantes (a estas alturas ya sabemos cómo se las gastan las administraciones autonómicas con las declaraciones de impacto ambiental) y, por otra parte, intentando reorientar por completo el enfoque de las energías renovables, sacándolas de la trampa del mercado para llevarlas a un marco donde prime el valor de la gestión local, la pequeña escala, la descentralización y la independencia energética del consumidor final. Incluso desde el punto de vista físico, material, éste es el camino posible de ahorro energético, porque permite evitar ese mínimo del 10% de energía que, según todos los cálculos, se desperdicia en el transporte de la misma, auténtico talón de Aquiles de todos los modelos centralizados y reconocido por red Eléctrica Española. Industrialmente, sencillamente cambiaría el enfoque del sector e incluso potenciaría sus posibilidades de generación, esta vez de verdad, de empleo.
Lo realmente penoso es que comentar todo esto, tan evidente, resulta casi de ciencia ficción en un país capaz de penalizar la autoproducción de energía con un impuesto al sol, pero no hay otra, hay que ponerse manos a la obra. Hay que hacer entender que, del mismo modo que la energía solar se captura mejor en los tejados de cada vivienda, el espacio de proximidad, autogestionable, próximo, es el mejor para gestionar lo que nos trae el viento.
Hay que descarbonizar, hay que reducir emisiones porque nos va la vida en ello; hemos de usar energías limpias, hemos de emplear aerogeneradores, y utilizar en ello las mejores tecnologías, entendiendo que estas son las socialmente menos agresivas. Y los molinos, sí, tendrán que ir a alguna parte, pero igual no de ese tamaño, igual no con esa gestión, igual en áreas suficientemente degradadas o industriales, no sancionando por enésima vez a ese medio rural convertido ya en todas partes en periferia prescindible, en colonia interna.
La alternativa a la crisis energética global no puede ser crear un océano de molinos gigantes en un territorio vaciado y empobrecido, paradójicamente, por su condición de generador de riqueza, riqueza finalmente acumulada en un oligopolio que, además, nos pase (literalmente) la factura por ello. Todos los Montánchez, Gata, Garciaz, Madroñera y Conquista de la península se merecen mucho, muchísimo más que eso. O interpelar, debatir, denunciar, pelear o que todo lo barra el viento.
Fuente:
https://www.elsaltodiario.com/energias-renovables/el-negocio-eolico-lo-que-se-va-a-llevar-el-viento760