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21 de octubre de 2007
Shuar tienen plan de vida en la selva
DOMINGO | 21 de octubre del 2007 | Guayaquil, Ecuador
Habían luchado contra quienes ellos llaman
invasores durante horas. Al caer la tarde,
hombres, mujeres y niños shuar se concentraron en
la comunidad Warints y, juntos, levantaron los
puños, las lanzas, las cartucheras, los machetes,
su voz. "No más mineras en nuestro territorio.
Defenderemos nuestro plan de vivir con nuestras
costumbres y cuidaremos nuestros recursos",
gritaron, en su idioma nativo.
Esa expresión se regó por la alfombra selvática
que cubre valles y colinas de la Cordillera del
Cóndor, frontera de Ecuador con Perú, escenario
de un conflicto bélico entre ambos países hace
once años.
Contagió a las mil familias que comprenden ocho
mil personas residentes en 47 comunidades
agrupadas como Pueblo Shuar Arutam.
Aquella tarde de noviembre del 2006, dos
centenares de indígenas dejaron que fluya su
tradición guerrera. Los shuar son temidos porque,
hasta hace una década, en sus conflictos atacaban
a sus enemigos con lanzas, les cortaban la cabeza
y, en un proceso conocido como tzantza, la
reducían para exhibirla como trofeo de guerra.
No hubo víctimas en el desalojo de noviembre; el
personal de las mineras Lowel y Ecuacorrientes
que hacían labores de exploración en un área
concesionada por el Estado, simplemente
abandonaron la zona.
El Consejo de gobierno del Pueblo Shuar Arutam,
organismo autónomo formado por dirigentes electos
en asamblea y por los yachak (sabios, ancianos),
luego de amplios debates, había decidido decir no
a las empresas. Argumentaron que estas
contaminaban los ríos y la selva y destruían la
organización familiar y comunitaria.
"Nosotros tenemos nuestra cultura; al entrar
gente de afuera cambiaba el trato y los jóvenes
empezaban a valorar lo ajeno", dice, once meses
después de ese episodio, Galo Cuja, uno de los
guerreros participantes en el desalojo y miembro
de la Comisión externa del Consejo de gobierno
Shuar Arutam.
Cita más razones: "Existían problemas morales.
Con plata, los jóvenes conseguían a las mujeres
sin permiso de los padres; las autoridades
ancestrales perdían el poder porque el ingeniero
de la compañía era el que quería mandar en todo".
Los comuneros se negaban a asistir a las mingas,
pues preferían el salario de 200 dólares
mensuales de la minera. Los hombres salían a los
pueblos mestizos a gastar el dinero en trago y
mujeres; se destruían los hogares.
En la zona se recuerda el caso de Juan, un joven
que reunió casi mil dólares de su trabajo y
decidió "comprar" una mujer mestiza de la
población de Sevilla. Entregó el dinero a los
familiares, pero ella no quiso unirse al
indígena. Él perdió sus ahorros y a la dama de
sus sueños.
Este y otros casos motivaron la reunificación de
los comuneros, que en esa época estaban
divididos, que desobedecían las leyes internas.
Hoy, once meses después, el Pueblo Shuar Arutam
ha logrado cohesionar a su gente, mantiene firme
su decisión de impedir el acceso no solo de las
mineras sino de madereros y petroleros. Y
defienden su denominado plan de vida, para
preservar la naturaleza y sus costumbres. Esperan
que este sea tomado en cuenta por el gobierno de
Rafael Correa y la Asamblea Constituyente, cuyos
integrantes se instalarán una vez que concluya el
escrutinio, a redactar una nueva Constitución.
El plan está en plena vigencia. El Pueblo Shuar
Arutam se creó, como nacionalidad indígena
autonónoma, en marzo del 2003. Con base en la
Constitución consiguieron se aprueben sus
estatutos y su circunscripción territorial. Se
trata de un territorio indígena protegido con un
gobierno electo en asamblea.
La organización acoge a 47 comunidades que se
asientan en un espacio de selva de 200 mil
hectáreas. El territorio que protegen los shuar
es rico en recursos. Santiago Kingman,
coordinador de proyectos de Fundación Natura,
destaca que, según estudios de las mineras, en la
zona existirían 550 toneladas de cobre mezclado
con oro, molibdeno e iridio.
Pero la riqueza más valorada por los shuar es la
biodiversidad. Hay 640 especies de aves, 140 de
mamíferos y miles de tipos de plantas.
Al caminar por sus senderos se ven alacranes,
huellas de ardillas, de armadillos; se escucha el
trinar de cientos de aves, los gritos de los
monos. Se aprecian flores multicolores, hongos
con grandes copas, árboles de troncos añosos.
Dormidas o al acecho, están -según los shuar- la
boa y otras serpientes. Por ahí anda el puma.
"Aquí hay un pueblo distinto, con sus propias
costumbres y con recursos naturales únicos",
refiere Kingman. Por eso ellos crearon sus
propias leyes, limitaron la cacería, la pesca y
la extracción de madera; impiden la minería. No
obstante, exigen apoyo del Estado para no dejarse
tentar por las ofertas de madereros, petroleros y
mineros.
Tan solo una decena de comunidades está cerca de vías carrozables.
Para acceder desde la ruta Patuca-Tiwintza a las
localidades más lejanas, Warints y Banderas, es
necesario caminar hasta dos días por senderos
fangosos. Estas dos poseen una pista de
aterrizaje operable ocasionalmente, por el clima.
Una de las más cercanas a una vía carrozable es
Unión de Coangos, a dos horas de camino por una
trocha fangosa de un metro de ancho que se abre
entre colinas, ríos y árboles frondosos. En esta
residen 20 familias que subsisten de la siembra
de plátano, yuca y de la cacería. Cuando
necesitan dinero, venden aves de corral o
artesanías que elaboran con bejucos.
Tiene una plaza central. Unas cinco casas, todas
de madera, están en su alrededor. En la parte
externa de una escuela que no funciona juega una
decena de niños, semidesnudos y barrigones. No
existe un centro de salud. Es una muestra de lo
que son las otras comunidades.
Gabriel Ampamp, ex presidente del Consejo de
gobierno shuar y padre de diez hijos, es uno de
los residentes en Unión de Coangos. "Nosotros
mantenemos el territorio intacto, ¿pero qué
ganamos? Mientras el mundo goza de oxígeno sano,
no tenemos atención en salud y educación. Es lo
único que pedimos, lo demás nos arreglamos
nosotros", señala.
Galo Cuja agrega: "Nosotros, nuestros abuelos,
conservamos intacto el territorio por cientos de
años; se nos debe reconocer por ese trabajo".
Raúl Petsain, presidente del Consejo de gobierno,
aclara que, no obstante, el apoyo debe ser acorde
a las necesidades étnicas. "No queremos
carreteras, eso no es cambio sino desventaja
porque nos volvería consumistas y se acabaría el
bosque", afirma.
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