Plantas de celulosa en Uruguay

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Fuente: www.argenpress.info , 28 de febrero de 2006

Uruguay
Un triste papel

Por: Daniel Campione

La posición del gobierno del Frente Amplio en la cuestión de las papeleras sobre el río Uruguay es, sin lugar a dudas, parte integrada y coherente de la 'línea general' de la presidencia de Tabaré Vásquez.

No se trata de creer en la transparencia de las intenciones del gobernador de Entre Ríos Jorge Busti (que aparentemente tomó un giro 'ambientalista' después de perder la pulseada por radicar las plantas del lado entrerriano del río), ni aceptar una visión idílica de la combinación de intereses que se movilizan tras una protección de la naturaleza que para muchos sólo toma entidad en la medida que puede afectar las actividades ligadas a la floreciente actividad turística de Gualeguaychú. No es cierto quel en Argentina exista una dirigencia con conciencia ambiental, contrapuesta a la incuria en la materia de los gobernantes uruguayos, si hay diferencias en este campo en alguna de las orillas, sin duda se encuentran del lado oriental.

La verdad es que el gobierno uruguayo sigue una política claramente insertada en la lógica de un gobierno que opera con aceptación plena de las reglas de juego del capitalismo ( más aun si tiene la impronta neoliberal): el objetivo fundamental es generar crecimiento económico y 'fuentes de trabajo', con la inversión privada como motor fundamental de ese proceso de acumulación. Ante una inversión de gran envergadura, todo otro objetivo se vuelve secundario, 'ajustable' en sus alcances a la finalidad fundamental de garantizar que la inversión se realice, y por tanto a no molestar de ninguna manera a los capitalistas inversores. Esa lógica se comprende claramente, el problema es que la sustente un gobierno que pretende ser 'progresista', que está en parte integrado por cuadros que lucharon durante décadas contra la injusticia y la desigualdad del capitalismo. Ahora, asumen que su función fundamental es retener al capital financiero ya radicado en su ámbito territorial y atraer al que todavía no lo está. Y en consecuencia brindar las mayores garantías políticas y jurídicas para que eso ocurra, generar el famoso 'clima favorable' para la inversión capitalista. Y si para ello se necesita participar en la invasión a Haití, en el operativo Unitas, tomar medidas de austeridad fiscal en línea con los consejos de los organismos financieros internacionales; planear un acuerdo de libre comercio con EEUU, combatir cualquier movilización o lucha social que pueda generar sensación de inestabilidad y falta de control; pues se hace, que sin inversión no hay crecimiento, y el que no lo comprende es un obtuso irrecuperable, y no vale la pena ninguna discusión con él. Las plantas sobre el río Uruguay representan centenares de millones de dólares, millares de puestos de trabajo, y pueden ser la via de entrada para nuevas inversiones, en el mismo rubro o en otros. Hay que crear trabajo, diversificar la producción, integrarse mejor al mercado mundial. Toda otra consideración social, política o ambiental, está fuera de lugar. Y se acabó.

La fórmula chilena, de cooptación de la izquierda para que realice una gestión 'prolija' y honesta de las estrategias neoliberales, se viene revelando precursora, pese a todo el 'ruido' en torno al desprestigio y la caducidad de los preceptos neoliberales y los mandatos del FMI de los últimos tiempos. Lo hemos visto con Lula, asistimos a su despliegue por el FA. No se le puede reprochar falta de claridad al ministro Danilo Astori cuando, ya antes de asumir, declaró que el Chile de Lagos era su modelo. Los intereses del gran capital siguen así encontrando gestores con impecables credenciales, no ya 'progresistas', sino pasados en las luchas obreras más radicales, las rebeliones campesinas, hasta en la heroica guerrilla tupamara. Estados Unidos cosecha 'amigos' entre dirigentes con décadas de continuada prédica (y acción) antiimperialista. El triunfo de candidatos de izquierda, que algunos incautos bien intencionados siguen festejando como si constituyeran por sí mismos un avance histórico, se ha revelado, al menos en los casos de Brasil y Uruguay, como una paradójica victoria del establishment, que ha logrado reducirlos a eficientes 'guardianes' del capital. Y eso sin necesitar de presiones y amenazas, sino con un talante espontáneo y amigable, que trata de eludir cualquier conflicto con el establishment. Mientras tanto los gobernantes de pasado izquierdista confían en que el impulso a algunas políticas sociales; en lugar de esperar el largamente desmitificado 'derrame', constituye una diferenciación con el orden 'neoliberal', suficiente para que sus pueblos queden conformes y hasta agradecidos.

Es dudoso que esto último resulte cierto; los que seguro estarán felices serán los representantes más lúcidos de la gran empresa, esos que se ciñen a las realizaciones y no a las palabras, los que toman nota de la docilidad del presente y no de los pasados combativos. Para la 'vereda de enfrente' quedan básicamente dos caminos: Enfrentar las cosas como son realmente, algo invariablemente más doloroso, pero siempre políticamente fecundo; o seguir paseando con indolente alegría bajo banderas que amontonan a Fidel y Chávez con Lula y Tabaré. Lo último será, paradójicamente, representar un 'triste papel'. Tanto como el de la dirigencia frenteamplista en esta cuestión de las papeleras.