|
|
Plantas de celulosa en Uruguay
Papeleras en
Brasil
- Misiones (Argentina)
- Conflictos ambientales en Argentina
Chile:
Arauco
- Constitución
- Río Cruces
- Río Itata
- Río Mataquito
Fuente: IPS,
01/08/06 Plantas de celulosa en Uruguay:
Salvavidas de plomo
Por Eduardo Galeano
Nuestros
países se modernizan. Ahora el discurso oficial manda honrar la deuda
(aunque sea deshonrosa), atraer inversiones (aunque sean indignas) y
entrar al mundo (aunque sea por la puerta de servicio).
¿Nos seguimos creyendo los cuentos de siempre?
América
Latina nació para obedecer al mercado mundial, cuando todavía el
mercado mundial no se llamaba así, y mal que bien seguimos atados al
deber de obediencia.
Esta
triste rutina de los siglos empezó con el oro y la plata y siguió con
el azúcar, el tabaco, el guano, el salitre, el cobre, el estaño, el
caucho, el cacao, la banana, el café, el petróleo ¿Qué nos dejaron esos
esplendores? Nos dejaron sin herencia ni querencia. Jardines
convertidos en desiertos, campos abandonados, montañas agujereadas,
aguas podridas, largas caravanas de infelices condenados a la muerte
temprana, vacíos palacios donde deambulan los fantasmas.
Ahora
es el turno de la soja transgénica y de la celulosa. Y otra vez se
repite la historia de las glorias fugaces, que al son de sus trompetas
nos anuncian desdichas largas.
***
¿Será mudo el pasado?
Nos
negamos a escuchar las voces que nos advierten: los sueños del mercado
mundial son las pesadillas de los países que a sus caprichos se
someten. Seguimos aplaudiendo el secuestro de los bienes naturales que
Dios, o el diablo, nos ha dado, y así trabajamos por nuestra propia
perdición y contribuimos al exterminio de la poca naturaleza que queda
en este mundo.
Argentina,
Brasil y otros países latinoamericanos están viviendo la fiebre de la
soja transgénica. Precios tentadores, rendimientos multiplicados.
Argentina es, desde hace tiempo, el segundo productor mundial de
transgénicos, después de Estados Unidos. En Brasil, el gobierno de Lula
ejecutó una de esas piruetas que flaco favor hacen a la democracia y
dijo sí a la soja transgénica, aunque su partido había dicho no durante
toda la campaña electoral.
Esto
es pan para hoy y hambre para mañana, como denuncian algunos sindicatos
rurales y organizaciones ecologistas. Pero ya se sabe que los paisanos
ignorantes se niegan a entender las ventajas del pasto de plástico y de
la vaca a motor, y que los ecologistas son unos aguafiestas que siempre
escupen el asado.
***
Los
abogados de los transgénicos afirman que no está probado que
perjudiquen la salud humana. En todo caso, tampoco está probado que no
la perjudiquen. Y si tan inofensivos son, ¿por qué los fabricantes de
soja transgénica se niegan a aclarar, en los envases, que venden lo que
venden? ¿O acaso la etiqueta de soja transgénica no sería la mejor
publicidad?
Y
sí que hay evidencias de que estas invenciones del doctor Frankenstein
dañan la salud del suelo y reducen la soberanía nacional.
¿Exportamos
soja o exportamos suelo? ¿Y acaso no quedamos atrapados en las jaulas
de Monsanto y otras grandes empresas de cuyas semillas, herbicidas y
pesticidas pasamos a depender?
Tierras
que producían de todo para el mercado local, ahora se consagran a un
solo producto para la demanda extranjera. Me desarrollo hacia fuera, y
del adentro me olvido. El monocultivo es una prisión, siempre lo fue, y
ahora, con los transgénicos, mucho más. La diversidad, en cambio,
libera. La independencia se reduce al himno y a la bandera si no se
asienta en la soberanía alimentaria. La autodeterminación empieza por
la boca. Sólo la diversidad productiva puede defendernos de los súbitos
derrumbamientos de precios que son costumbre, mortífera costumbre, del
mercado mundial.
Las
inmensas extensiones destinadas a la soja transgénica están arrasando
los bosques nativos y expulsando a los campesinos pobres.
Pocos
brazos ocupan estas explotaciones altamente mecanizadas, que en cambio
exterminan los plantíos pequeños y las huertas familiares con los
venenos que fumigan. Se multiplica el éxodo rural a las grandes
ciudades, donde se supone que los expulsados van a consumir, si los
acompaña la suerte, lo que antes producían. Es la agraria reforma: la
reforma agraria al revés.
***
La celulosa también se ha puesto de moda, en varios países.
Uruguay,
sin ir más lejos, está queriendo convertirse en un centro mundial de
producción de celulosa para abastecer de materia prima barata a lejanas
fábricas de papel.
Se
trata de monocultivos de exportación, en la más pura tradición
colonial: inmensas plantaciones artificiales que dicen ser bosques y se
convierten en celulosa en un proceso industrial que arroja desechos
químicos a los ríos y hace irrespirable el aire.
Aquí
empezaron siendo dos plantas enormes, una de las cuales ya está a medio
construir. Luego se incorporó otro proyecto, y se habla de otro y de
otro más, mientras más y más hectáreas se están destinando a la
fabricación de eucaliptos en serie. Las grandes empresas
internacionales nos han descubierto en el mapa y se han brotado de
súbito amor por este Uruguay donde no hay tecnología capaz de
controlarlas, el Estado les otorga subsidios y les evita impuestos, los
salarios son raquíticos y los árboles brotan en un santiamén.
Todo
indica que nuestro país chiquito no podrá soportar el asfixiante abrazo
de estos grandotes. Como suele ocurrir, las bendiciones de la
naturaleza se convierten en maldiciones de la historia. Nuestros
eucaliptos crecen 10 veces más rápido que los de Finlandia, y esto se
traduce así: las plantaciones industriales serán 10 veces más
devastadoras. Al ritmo de explotación previsto, buena parte del
territorio nacional será exprimido hasta la última gota de agua. Los
gigantes sedientos nos van a secar el suelo y el subsuelo.
Trágica
paradoja: éste ha sido el único lugar del mundo donde se sometió a
plebiscito la propiedad del agua. Por abrumadora mayoría, los uruguayos
decidimos, en el año 2004, que el agua sería de propiedad pública. ¿No
habrá manera de evitar este secuestro de la voluntad popular?
***
La
celulosa, hay que reconocerlo, se ha convertido en algo así como una
causa patriótica, y la defensa de la naturaleza no despierta
entusiasmo. Y peor: en nuestro país, enfermo de celulitis, algunas
palabras que no eran malas palabras, como ecologista y ambientalista,
se están convirtiendo en insultos que crucifican a los enemigos del
progreso y a los saboteadores del trabajo.
Se
celebra la desgracia como si fuera una buena noticia. Más vale morir de
contaminación que morir de hambre: muchos desocupados creen que no hay
más remedio que elegir entre dos calamidades, y los vendedores de
ilusiones desembarcan ofreciendo miles y miles de empleos. Pero una
cosa es la publicidad, y otra la realidad. El MST, el movimiento de
campesinos sin tierra, ha difundido datos elocuentes, que no sólo valen
para Brasil: la celulosa genera un empleo cada 185 hectáreas y la
agricultura familiar crea cinco empleos por cada 10 hectáreas.
Las
empresas prometen lo mejor. Trabajo a raudales, millonarias
inversiones, estrictos controles, aire puro, agua limpia, tierra
intacta. Y uno se pregunta: ¿por qué no instalan estas maravillas en
Punta del Este, para mejorar la calidad de vida y estimular el turismo
en nuestro principal balneario?
Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, autor de "Las venas abiertas de América Latina" y "Memorias del fuego".
|
|